Ven y tráeme tu lluvia de fuego y mansedumbre, la púrpura que despliega el rubor escondido del sigilo, la mano de las fronteras en los márgenes del bosque, rigor de hambre y sepultura en el precipicio de la sangre. Ven y haz propicia la noche de la absolución en la derrota y el comercio, en el grito de las volubles aguas, de las ufanas aguas, brincando por la devoción de las rocas insumisas, durmientes verticales de cipreses centinelas del aroma que perfuma tu axila de fuente oscura, siniestros avances de los hijos de la mandrágora que se complacen en un altar de velas asmáticas, mientras las músicas del veneno se infiltran en las venas que levantan el asombro de los días.