El lomo de la ladera es hirsuto, seco, pedregoso. El pueblo es mimético de la escasez coronada por un azul inmenso. En sus rincones de humedad, por donde discurren las acequias que murmuran las oraciones del agua, hay una higuera que perfuma el aire y hace soñar que el paraíso es una realidad que vives con sentimiento y sentido, que es una navegación que te lleva más allá, que es un abandono de los resortes violentos, que es una orilla que sestea en una primavera perenne de frutos y olvido. Haber gozado de su intimidad es lo único comparable a esta sensación de irrealidad y paraíso que tiene este país de sequedad y agua. Un paraíso que no lo parece. Un paraíso escondido, como deben ser los paraísos.