ORACIÓN XXII Oh Señor! ¿Qué clase de pérfido energúmeno soy al querer que le mandes un castigo al cabrón de C. como si yo fuera un privilegiado que debe ser atendido en sus demandas? Tengo ahora la tentación de que descargues contra mí el mal deseado a los otros, pero esa soberbia tampoco debe ser atendida. Ni destrucción ni autodestrucción son buenas consejeras y ahora entiendo tu sublime indiferencia ante los actos de los hombres: cada cual debe seguir su propio camino de responsabilidad ante la vida, el bien supremo. El cabrón de C. es el explorador de su cabronidad. Yo tengo que resolver mi resentimiento. Si somos libres comprendo que permanezcas al margen de todas nuestras tribulaciones humanas por elementales o crueles que sean. Esa indiferencia, sublime, es prueba de tu existencia y nuestra libertad.