EPIGRAMA 38 Dime como hablas y te diré cómo eres. No hay idioma que no contenga un estupendo vocabulario de tacos, desde los más finolis, “cagalindo” hasta los más bestias, “comevómitos” pasando por un clásico, “hijodeputa” o “cabrón” que denotan por dónde se enfila el desprestigio del insulto. Aunque, en algunos contextos, con según que tono de voz, estos insultos se convierten en elogios. Como bien sabes, Juanitus, el vocabulario de los insultos en español, tan rico en palabras de desprecio, es propio de una gente soez, tosca y resentida. Sólo cambiando el carácter de la gente cambiarían los insultos. O al revés, ¿cambiando el tono de los insultos podría cambiar el carácter de la gente? He aquí una labor social de primera importancia: Poner tacos en la vida del hablante que lo eleven de la ordinariez sin perder un gramo de personalidad. Convendría usar otros nuevos que no sean ni pusilánimes ni degradantes. ¡Vaya un perrigato que estás hecho! ¡Vete a dormir dromedarios! ¡Domina a quien te domina, malpaso! ¡Dónde vas, liante de lianas! ¡Eres más tonto que un adjunto de difunto! No sé, Juanitus, tal vez sea una tontada. Era una idea. En fín. Una idea de bombero. Una idea de cabeza sin sombrero.