Lo primero que me llamó la atención cuando bajé a la calle, fue la veleta del palacio episcopal girando por un viento extraño que no repercutía ni en las hojas de los árboles, ni en las lánguidas banderas, ni en la sumisa ropa tendida de los balcones. La veleta es sicaria del viento. Se movía allí arriba como si tuviera un aire privado que la invitaba a danzar, unas ráfagas huracanadas que solo ella percibía, un movimiento autónomo girando a una velocidad inaudita. La expectación de la gente se ramificaba en diversas teorías explicativas: que si era efecto de un avión a reacción, que si se prepara una buena tormenta, que si es síntoma de un tsunami… hasta que el niño del vecino dijo “hay una guerra de ángeles ahí arriba”. Yo me volví para casa, por si acaso.