Yo también tengo un objetivo en la vida: respirar la paz de la somnolencia celestial bajo una parra de frutos regalados; seguir vivo contra todos los estados del alma; no dejarme socavar la delicada moral, demasiado expuesta a lo sensible; resistir a las impertinencias y desengaños del pérfido mundo. (Esa palabra la saqué de una telenovela mejicana). Del amor solo se decir que viene y va como un viento desordenado, que trae la semilla de una buena vida y se lleva el sueño de una vida mejor. Siempre diré que prefiero que sople su furioso desacato a que resguarde mi complacencia detrás de los muros del olvido. Ya sé que no voy a contribuir a inventar una vacuna, ni a remontar ríos y descubrir montañas, ni civilizaciones perdidas, subir a la luna, construir barcos, o simplemente diseñar una silla… aunque he hecho más de una con maderas recicladas. Yo no soy un héroe, ni creo que el destino me reserve un lugar entre los hombres dignos de memoria. Me basta con trabajar para vivir y si es posible, vivir sin trabajar, y aunque no sé cómo, sigo aquí tumbado y pensando la fórmula chamánica de lograrlo.