El emboscado preserva la fe de la materia, la visión del sol en los helechos, el festejo callado de la alegría, la almendra sagrada para los inviernos del alma. Esconde su rostro en los reflejos del ocaso para no confundirse entre los rostros que peregrinan hacia la multitud gregaria de la devoción insana. Persigue la austeridad del pan, la claridad del agua, el recogimiento de la hoguera, la vida al margen de las políticas salvadoras, de las consignas agónicas.