Ese intercambio continuo de monedas entre el álamo albar y el viento, allá arriba, sobre el anchuroso río de barbas blancas, nosotros, espectadores de la apacible bondad, de la economía de la naturaleza, transcurriendo en la lentitud de la luz demorada que brilla en el reflejo, de la plata y el oro, transacciones de una riqueza pobre, pobre y limpia, allá arriba, a la altura de nuestra alma que contempla la luz que viene y que va en las caras de las monedas, las hojas del álamo danzando con el viento, malabares de monedas, brillos de bodas generosas, riqueza pobre, pobre y limpia como nuestra infancia.