He bajado a la calle 7- día 315

 Bajé a la calle y entré en el oeste.
 Me gusta sentarme en la silla reclinada
       sobre la pared de la cantina.
 Me gusta la calle vacía, 
 el viento removiendo el polvo,
 toda la melancolía de la llanura, 
 viendo, en el declive del sol,
 la temblorosa espiga del jinete solitario
 que se acerca con las fuerzas justas 
       de su esperanza de llegar a alguna parte.
  
 Amo la decisión de un duelo.
 El duelo de dos hombres 
       que no se andan por las ramas,
 ni pierden el tiempo 
       en la vanidad de sus argumentos,
 que apuestan con su vida, 
       el honor de ser dignos de respeto.
  
 A la calle vacía, que sueña con un destino
 de escenario de una tragicomedia,
 hay que añadir:
       la suspensión del aliento,
       la voz callada, las hojas quietas,
 el sonido de la harmónica 
       en la expectativa de una ventana.
  
 El sheriff no entra en estas dilucidaciones.
 Un hombre quedó tendido en el suelo.
 Alguien corrió, pero nadie lloró.
 Unos ganan, otros pierden.
 La muerte de un hombre no debe ocuparnos
       más allá de 24 horas.
 Yo volví a la silla, a taparme los ojos con el sombrero. 
La penumbra es la mejor luz del día.     

He bajado a la calle 6- día 314

 Cuando llegué a la calle
 se inauguraba el año 1970.
 El año anterior Neil Amstrong
 fue el primer hombre en pisar la luna:
 “Un pequeño paso para el hombre,
 un gran paso para la humanidad”;
 en Gibraltar se casaron 
 John Lennon y Yoko Ono
 y se finiquitaron Los Beatles;
 nació Barrio Sésamo
 del que aún soy capaz 
 de tararear alguna canción;
 Led Zeppelin lanzó su primer disco
 que he llegado a tener en Long Play
 y ahora en CD, aunque no lo escucho.
 Muchas efemérides que, pulsando un botón,
 podemos evocar
 en nuestra pantalla del ordenador.
  
 De mi vida personal no recuerdo nada.
 No suelo tener ese tipo de nostalgias.
 Olvido todo, nombres, fechas, rostros…
 Esa podría ser la señal inequívoca 
 de que soy un hombre vulgar,
 que pasa por la vida sin dejar rastro,
 ni siquiera para uno mismo.
  
 Volví para casa 
 a ver si el tiempo había cambiado
 y ya no llovía en la habitación. 

He bajado a la calle 5- día 313

 Al bajar a la calle
 me llamó mi madre,
 dijo que me esperaba
 con la comida preparada
 que no hiciera tarde
 que es domingo y no martes
 que no pierda el tiempo
 arreglando los frenos
 que no vaya deprisa
 que le da la risa.
  
 Aunque sea mentira
 la comida familiar
 no se puede perdonar,
 así que me fui en coche
 antes de que se me hiciera de noche.
 Atropellé a un sapo
 en forma de gato.
 Y a una culebra
 que se toma su tiempo 
 y serpentea.
 La prisa no es buena consejera,
 si no eres muy listo,
 tropiezas a la primera.
  
 Llegué a tiempo del vermut
 y un niño me hizo
 tururut -tururut.
 Brindemos, ¿Qué celebramos?
 El ascenso de tu hermano.
 ¿Y a qué lo han ascendido?
 A jefe de ascensoristas.
 Fui discreto malabarista
 y contuve la risa
 para no salirme de la pista.
  
 Mi hermano me dijo
 ¿Cómo llevas tus tontadas?
 Aquí te dejo unas cuantas
 y dedicadas. 

He bajado a la calle 4- día 312

 Ya en la calle me han asaltado las dudas,
 ¿he cerrado la puerta de la casa?
 ¿se ha oxidado el corazón de la mirilla?
 ¿he dimensionado la cuestión del perro?
 ¿han quedado claras las intenciones?
 ¿tendré que volver a repetir la sinusitis del santo?
 ¿seguirá la niebla, aunque yo me haya ido?
 ¿quedó resuelta la identidad del cesante? 
 ¿silencié la carátula del papagayo?
 ¿Se notará el suicidio del tedio?
  
 Dudé entre volver a la mansión del miedo, 
 o seguir hasta el mar de los sargazos…
 al fin y al cabo, ya estaba en la calle,
 aunque ninguna de las dos opciones 
       parecía la mejor.              

He bajado a la calle 3- día 311

 He bajado a la calle y he visto
 un perro andando como un señor
 y a un señor renqueando como un perro,
 una motocicleta petardeando 
 como una mascletá
       buscando un horizonte de malajes,
 un rebaño juvenil a la entrada 
 de un redil educativo,
 un anciano con un bastón 
 buscando cocodrilos
       en la cola de una farmacia delincuente,
 balcones con banderas 
 de causas estrelladas,
 loqueros y dementes
 bebiendo agua de una fuente,
 una nube perdida en el desierto azul 
       de un cielo sin memoria,
 un músico a la espera debajo 
       del árbol de las canciones
 y un paisano que venía de Soria
 cantando su mercancía
 de quesos, chorizos,
 decepciones y achicoria. 

He bajado a la calle 2- día 310

He bajado a la calle y me he encontrado
 con la mancha que sudan las conversaciones,
 retazos de fútbol y pasiones necias,
 lugares comunes,
                              requiebros ebrios, 
 comidas habladas, 
                               identidades de barrio,
 las desprendidas materias pringosas
 ensuciando la acera de colillas insalubres 
       y alas muertas.
  
 He bajado a la calle, he comprado el pan
 y me he vuelto al silencio de mi casa.
 Las conversaciones con las que me tropiezo
 son espesas, arenosas, pringan.
 Por hoy, tengo bastante.
 Me voy a lavar la ropa. 

Soneto de despedida y cierre – día 308

 Comprendo que mi reino no es de este mundo
 -yo que no tengo reino y estoy de paso-
 No hay manera de parar este fracaso.
 De ser sentido y sentirme furibundo.
  
 Me exaspera la raíz de lo infecundo;
 Crece mi desasosiego y es acaso
 el melancólico furor del ocaso
 amedrentando a mi espíritu errabundo.
  
 La inocencia tiene el precio del error.
 La nostalgia es la forma de estar dormido
 que reporta el descontento de uno mismo.
  
 Voy pasando como un burro en el abismo.
 La niebla informa lo que soy, lo que he sido:
 Un ciego palpando el aire del amor.   

Soneto al edecán justificador de su señor – día 307

 Qué delirante y falso, qué pesado,
 qué necio patriotero de latón,
 qué cobarde bigote de ratón,
 que jeta de edecán más descarado.
  
 Se quiere hacer pasar por hombre honrado
 y es clavado al padrino como un clon:
 se le ven los recursos del sobón
 y las formas blandengues del sobado.
  
 ¿Y este quiere llevarnos a la Neo-
 Patria, con las maneras pretendidas
 de un líder? ¡Por dios! Más bien lo veo
  
 como un Eichmann tomando las medidas
 del perfecto servidor. Como el reo
 de una misión: jodernos nuestras vidas.

Soneto de la mentira política – día 306

  Con todos estos tipos que nos mandan
 yo no iría ni a tomarme un café,
 ellos tienen cinismo, tienen fe.
 Yo les tengo un desprecio invulnerable.
  
 No sirven para nada, pero mandan.
 Si el trato es con la mano, usan el pie.
 Eso que nos dirán yo ya lo sé.
 Prometen el sol y es mierda execrable.
  
 Infectos y paródicos políticos.
 Rufianes que se envisten sin memoria.
 Engolfados patriotas de mi ira.
  
 Representan papeles paralíticos.
 Escenifican sombras de la gloria.
 Son plásticos que estiran la mentira.   

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