“Con las pocas ganas
que tienes de vivir
no se entiende
tanto miedo a la muerte”.
Estos versos de dramáticas
resonancias,
podrían haber sido escritos
por Sófocles,
o Epicuro,
o Virgilio,
o Shakespeare,
o Calderón de la Barca,
o Unamuno,
o…
Pero yo se los oí decir a Juanitus,
poeta insigne.
El culto al perdedor
es el delirio compensatorio
de una mayoría ordinaria
que nunca tiene las de ganar.
El perdedor no merece el ensalzamiento.
Uno no entra en el partido
para perderlo,
aunque entre en la vida
para morir.
Cuando los poderosos
hacen una concesión
ante los demandantes,
no tardarán nada en arrepentirse.
Después de cerrar la puerta
de la negociación,
ya piensan en la revancha
y en cómo volver a ganar
el terreno perdido.
¿De qué otra manera
podrían seguir siendo poderosos?
En ningún momento
he dejado de pensar en ti,
rata de las cloacas de mi vida.
Fueron demasiados los ratos
de roer juntos
los cuerdas que nos ataban.
He estado a punto de escribir “atacaban”.
Atar y atacar son dos verbos
que conjugamos mucho
en aquellos días de cueros impacientes
y látigos contritos.
Este es mi sermón para hoy:
Hay quien se hace la picha un lío
con la representación simbólica
del yo y el nosotros.
Piensan que el yo
es la expresión del egoísmo
al margen de la sociedad,
y el nosotros,
la voz conjunta del amor colectivo.
El yo no tiene por qué ser egoísta,
ni el nosotros, necesariamente, solidario.
El yo puede ser individualista y empático,
individualista y compasivo,
individualista y buscar el bien común.
El nosotros, identitario, puede ser sectario,
supremacista, excluyente, tribal.
Un refugio perfecto para los que enarbolan banderas
y se exculpan de toda responsabilidad.
Nuestra riqueza está cuando desarrollamos
todo nuestro potencial como individuos
y, a la vez, fortalecemos
nuestra convivencia con la comunidad.
Pájaro que canta solo
y emigra con la gran familia.
Los rumanos se hacen contratistas de obras menores.
Las viejas roban.
Las jóvenes se prostituyen o las prostituyen.
Los marroquís se ocupan de las obras de reforma
y mantenimiento,
los contratan los rumanos.
Sus mujeres colapsan los ambulatorios
y los servicios sociales.
Las madres primerizas estrenan
carritos de bebé modernos gratis.
Los jóvenes reparten el hachís y otras drogas.
Otros hacen guardia en las oficinas
de compraventa de segunda mano.
Los chinos se quedan con los negocios de hostelería,
los bares de tapas españolas
y los restaurantes japoneses.
Ya son dueños de los “todo a cien” de todas las ciudades
y de todos los pueblos de España.
Los japoneses, reverentes y fotógrafos,
tienen negocios exquisitos,
de diseño, de buen gusto.
Los indios de la India tienen todos los chiringuitos
de electrónica barata, artilugios de playa y maletas
para migrar a Sudamérica y África.
Los paquistanís hacen el reparto
de las bombonas de butano.
Los cubanos reparten las cervezas
y otras bebidas con y sin espíritu.
También hacen trabajos de discoteca:
camareros, porteros, músicos,
relaciones públicas.
También son doctores de ambulatorios y urgencias.
Para doctores, los argentinos:
Dentistas, y sobre todo, faltaría más, psicólogos.
Están en las cocinas de parrilleros
y en las discotecas de relaciones públicas
y seductores.
Los sub-saharianos trabajan en la agricultura.
Recogen las frutas y los frutos.
Van al campo en bicicleta.
Las colombianas copan los prostíbulos.
Los colombianos - no todos son ciclistas-
toman y toman y hacen lo que pueden.
Los rusos son una mafia y hacen de guardaespaldas,
como los serbios o los bosnios.
Estos últimos se dedican al crimen con violencia.
Las rusas son las putas rubias y finas
de los prostíbulos de lujo
o las traductoras de las tiendas de lujo.
El lujo está cerca de las rusas, palabra
que engloba a las chicas de otras repúblicas
exsoviéticas: bielorrusas, ucranianas, lituanas…
El resto de la población,
envejecida, obesa, enferma,
muriendo por el covid,
esperando subvenciones,
son españoles,
con toda esa masa de parados, chuletas,
paseantes de perros, políticos corruptos,
youtubers, chicas despectivas,
junto a los gitanos fibrosos como juncos
y las gitanas, gordas como morsas.
Los que hacen gimnasia, pádel, runners,
son otra estirpe, tienen buenos salarios,
usan corbata y trajes del corte inglés.
Los que se los hacen a medida ya son la élite.
Después están los futboleros, los nacionalistas
-catalanes y vascos a los que hay que echar
de comer aparte- y los poetas del montón.
Después estoy yo que me cago
en la madre que os parió a todos.
A todos menos a unos cuantos,
que la amistad es sagrada.
Todos los idiotas piensan
que los idiotas son los otros.
Pero hay uno que tiene razón:
lleva una palma en la mano,
cree en el crepúsculo de las creencias
y alimenta demonios
que devoran sustancias tristes.
Tiene la ventaja de no ser
la caza de nadie.
No busca la confrontación,
ni el tesoro ajeno.
Ni la universidad puede garantizarte
que serás más inteligente,
ni la legión puede garantizarte
que serás más valiente…
pero tendrás más posibilidades
de lo uno y de lo otro
que si te dedicas a hacer botellón
por los parques del abandono
o a chupar pollas
en la oscuridad de los portales.
He llegado muchas veces tarde en mi vida.
He llegado tarde al banquete de tus éxitos,
sólo alcancé al óxido de los embutidos
o la carcoma de las avellanas de Reus.
He llegado tarde a la infancia de mis hijos,
ya habían pegado el estirón adolescente,
ya estaban preparados para el reproche
de que no estuve allí en los momentos decisivos.
He llegado tarde al amor de mi vida,
ya estaba instalada en el mal uso de las costumbres,
en la tristeza de las horas enjambradas de egolatría,
en pensar que el amor consiste en estar,
exclusivamente pendiente de su sensibilidad.
Llegué tarde a ti,
ya estabas demasiado usada.
No quiero extenderme, ya llego tarde al dentista.
El dinero no es incompatible con nada.
No es incompatible con los ideales,
ni con los lugares de incienso y meditación,
ni con la vida monacal o conventual,
ni con la vida altruista, ni la vida comunista,
ni con la vida civil, ni la vida militar,
comunitaria, libertaria u hospitalaria.
El dinero no es incompatible con nada.
Ni con el rapto de los ostrogodos,
ni el chantaje de los nacionalistas
albanos o albigenses,
ni el dogmatismo de la Torre de Londres,
ni la educación para el reparto
de petróleo por alimentos,
ni con la nueva poesía vasca
o el desafío de la astucia parlamentaria.
El dinero no es incompatible con nada,
ni siquiera con la pobreza. No hay pobre
que no quiera tener veinte euros en su bolsillo
para gastarlo o malgastarlo, que es lo mismo.
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