
Una mentira Abate la amistad Como un disparo
Una mentira Abate la amistad Como un disparo
Palomas sucias En las gradas del puerto Casa de pulgas
Viene el frío Como cae la noche Sin su sentido
Mi bocadillo Debajo de la mesa Gorrión furtivo
La lluvia canta Su fragancia, su piel La casa en calma
La blusa abierta El color de su pecho La primavera
Los “pueblos primitivos” -es una manera de hablar- abominan de la fotografía por que dicen que les roba el alma. Tienen razón. La vida es cambiante y fluida y las fotografías nos dejan fijos como clavos, fijados como carteles de intemperie y obstinación. Fantasmas de niebla y plata y óxido irredento. Petroglifos de nuestra prehistoria personal. El alma del hombre es activa, se define en el movimiento, impulsa al cuerpo, lo arrebata. Tiene fuerzas que se ignoran, raíces de cielo y tierra, sangres que manchan las cavernas con los signos de la esperanza. A diferencia de ellos, nosotros podemos seguir viviendo sin alma, es decir, sin mito. No hay más que ver la panda de desalmados que vamos por el mundo. Lo de “vamos” es una manera de hablar.
Un mal día lo tiene cualquiera. Hasta Jesucristo llegó a decir: “Quien no está conmigo, está contra mí” una frase que bien podría haber dicho Gengis Khan o Atila o cualquier psicópata sentado en el trono de los déspotas del mundo. ¿Estoy comparando a Jesús con estos asesinos invasores? No, Dios me libre. Solo digo que un mal día lo tiene cualquiera. Yo mismo, por ejemplo. Y éste podría ser el día. Aunque no es para tanto.
Se acabaron -ya hace siglos- el tiempo en que los líderes -Alejandro Magno, Gengis Kan- encabezaban las huestes de sus ejércitos exponiéndose en la batalla, como uno más -si se me permite la sinécdoque- de sus soldados. ¿Líderes actuales? Ahora ya ni aparecen. Conservan del nombre su mentira. Ni la esencia ni la sustancia: el marketing. Se recluyen en sus despachos y emiten una conferencia exculpatoria por medio del plasma. Carnes de Pixel. Se volverán a construir pirámides, -qué digo, si ya están construidas- en cuyas cúspides de cristal permanecerán, asépticos y despóticos, todos los sátrapas que nos esperan de aquí, hasta la extinción de la humanidad.
Se dice que los animales tienen un instinto de supervivencia más acertado que nosotros. Prevén el terremoto y se ponen a salvo. Pero si los hombres, menos despiertos, les ponemos una trampa, los animales caen, entonces… ¿a dónde fue su instinto, su acierto recogido del aire, su movimiento de cámbrica explosión? ¿y dónde su natural inteligencia, su perfecta elección del olfato y el sabor, su paso decidido entre de múltiples venenos equívocos para preservar la vida? Me refiero a ti y a mí ¡que voy a saber yo de los animales!