Vivir en la leve sorpresa de una ciudad que no conoces, donde no te conocen tampoco y no tienes necesidad de ser amable por obligación. Solo vivir navegando en esa ciudad de parques vacíos y cafeterías despejadas de perros y niños, oreado por la brisa que danza en las hojas verde-amarillas de los plátanos. Andar y sonreír por una ciudad donde te da la bienvenida la belleza fugaz y exacta de una mujer que dibuja mandalas, regalos, mensajes de armonía en la geometría abstrusa de la vida.