He decidido adelgazar, entrar en la esbeltez del junco pertinaz, flexible como un dandy que contempla el mar y siente que es fuerte como un acantilado. He pasado demasiado tiempo acumulando grasa, debilidad, egolatría. He pasado demasiado tiempo devocionando las manos perfumadas, los guantes del sándalo, reverenciando el orden de los dioses, creyendo en el crepúsculo de las herencias. He perdido el tiempo hablando de lo blando, de lo superfluo, de lo reiterativo, del fango. He perdido el tiempo practicando la bondad del crisol y su alquimia, la práctica que pretende hallar la sonrisa perenne, la complicidad del cuervo y el racimo de oro. He decidido adelgazar. Adelgazar no es sólo una cosa del cuerpo.