He bajado las luces a las sombras y he robado las pompas del colegio he comido despacio en el arpegio que dicta los consejos con que nombras. He cansado un cristal de pitonisa mientras iba el futuro sin un santo y el desierto pintaba con espanto un coyote muriéndose de risa. Así son las mañanas sin deporte que corren, cual gallinas sin cabeza, por el filo adiestrado de la muerte. Nadie escapa del siglo y de su norte. Todos somos fermentos sin destreza y amamos el tarot de nuestra suerte.