Dijo el maestro: Aquel que, siendo buen poeta, adula al artista consagrado, acaba desmerecido a mis ojos. Cuando el artista consagrado lo es por una camarilla de plastas aprovechados, el poeta que lo adula, deja de ser un buen poeta para pasar a ser un poeta adulterado. Adular es adulterar. Entre los artistas consagrados y los poetas de goma espuma se mueve el cotarro de la mucha fama y la poca enjundia. El artista consagrado está forrado. Sus brochazos metafísicos se pagan a un precio astronómico. La adulación del poeta se paga a un precio gastronómico. Sentarse a la mesa del maestro es suficiente pago para el poeta adulador. Tanto el arte como la poesía van por otros caminos. Ellos lo saben y por eso los silencian. No hay suficiente oro para todos.