La historia no necesita ser insidiosamente falsa, radicalmente mentirosa. Le bastan ligeros matices, mínimas erratas dejadas de soslayo, pequeños olvidos, sutiles formulaciones, para enmascarar y desenmascarar los intereses de los que escriben la historia, autores del libreto, aunque los actores sean otros. Pero eso, tal vez, no está en la historia propiamente dicha, sino en la historia de los que cuentan la historia, aquellos que no estuvieron en el tiempo de los acontecimientos y son profilácticos o falsarios, inductores o verdaderos equivocados o dramaturgos o prestigitadores, o malabaristas en sacar provecho de sus interpretaciones interesadas. La memoria tiene nebulosas fantásticas, agujeros negros, caminos minados, crecimientos de palmera y palimpsesto, honduras de mercurio y soledad. Qué suerte tenemos de que haya historiadores con criterio, radicales dispuestos a vivir por la justicia, radicales de la verdad, no de los intereses del capital. Los intereses son siempre del capital. Los que sufren la historia son los pobres.