Oh! Demorada Belleza, tu cuerpo respira como el caballo y el mar visitados por la luna, una fortaleza sin defensa pues su poder es evidente, un trigal movido por la brisa dulcísima de la primavera, un olor que fascina a la higuera del sueño, el capricho de una sonrisa en el mármol demorado de la caricia o la reverencia. Oh Belleza Lúcida, los dioses existen, pues solo los dioses pueden modelar la arcilla de tu cuerpo, el barro fino y delicado que dan a tu carne la textura de un pergamino indostánico con el poema de un río escrito en el bosque del deseo, ese ejército imparable que nos visita en las noches desnudas de lebreles, sin perros que la ladren ni sátiros que la desperecen. Oh Belleza Salutífera, soy tu guardián de anhelos, tu guerrero de asaltos. Los dioses existen, no tan solo porque tu belleza deslumbra mi alma llena de devociones; también porque ellos han propiciado que tu vengas a mí como un don para mis manos de piedra endurecida, para mi boca de sed y enjambre desatado.