Ven a verme, azul escondido en los enredos crepusculares de la nieve apagada por el farol de la noche. Ven a verme en el lago de los narcisos ahogados por un septiembre sin nombre, con tus arpegios de maderas indecisas, con los párpados gritando tu deseo en las moléculas que el aire desperdiga. Ven a verme, que los animales duermen hambrientos de celo y cortesía, con los caminos encendidos de alquitrán, en las herramientas del oxígeno que oxida las fórmulas del decoro y el sol de las celosías. Ven y dime el fuego de tus puñales, el rubor del alba en los mastines del júbilo, tu rumor de paloma, tu llamada de abismo, mi cólera de azafrán en la memoria lábil de tu cuerpo o razón de ser en la materia.