Los “pueblos primitivos” -es una manera de hablar- abominan de la fotografía por que dicen que les roba el alma. Tienen razón. La vida es cambiante y fluida y las fotografías nos dejan fijos como clavos, fijados como carteles de intemperie y obstinación. Fantasmas de niebla y plata y óxido irredento. Petroglifos de nuestra prehistoria personal. El alma del hombre es activa, se define en el movimiento, impulsa al cuerpo, lo arrebata. Tiene fuerzas que se ignoran, raíces de cielo y tierra, sangres que manchan las cavernas con los signos de la esperanza. A diferencia de ellos, nosotros podemos seguir viviendo sin alma, es decir, sin mito. No hay más que ver la panda de desalmados que vamos por el mundo. Lo de “vamos” es una manera de hablar.