Dejar correr todo lo que obstruye. Que fluyan y se alejen las aguas depauperadas, las materias grasas, las sombras, sus indecisiones de lagarto movedizo, los fantasmas, sus reflejos de vanidad merovingia, las falsas mitologías, sus devociones de cera usada. Dejar correr lo que obstruye, las ideas machacadas de los plásticos de cuneta, las colillas de purpurina esquinada, los padres de la patria que se miran al espejo del ombligo, los líderes de barro, sus mensajes definidos por una mística de sacristán de la “new age”. Dejar correr todo, que todo se vaya y pierda su rastro de memoria usada por el sudor, que deje la playa limpia para otras pisadas, adiós, pálidas fauces del comercio que explota la hilatura, adiós, agujas venales, estadios de bruma, ruletas aleatorias, adiós, bargueños y melancolías, cerramientos y sedas negras, adiós, maderas sin consuelo, voces de garlopa, gentes hacinadas. Que el desagüe del tiempo os lleve, que os lleven sin desconsuelo los vientos de los desastres, que os arrastren por el suelo pantanoso de la historia de la malaria, que no volváis con los pies de barro y la bruma en la mirada. Adiós y hasta nunca, malestar infame, miseria doliente, crecido marasmo insuperable.