BUFÓN
Detrás de la aparente locura,
de la transgresión programada,
de la estudiada versión del teatro,
está el rapto de la extravagancia,
el arrebato del ofendido,
el resentimiento y el ingenio
del hombre inteligente que vive
de la caridad del bobo,
la verdad dicha con el descaro
del gran bufón,
el invicto que no teme a la muerte.
LUMPEN
Que dios me de
cuatro sardinas
para comer
dentro la mina
y no me quite
las alpargatas
para llegar
hasta mi casa
donde me espera
lo que más quiero
la mi miseria
de mi destierro.
MUERTOS VIVIENTES
Todos los muertos
que no he enterrado
me esperan a la vuelta de la esquina.
Se acercan silenciosos a decirme
que fui un egoísta,
que no atendí a sus expectativas,
a sus sufrimientos,
que no luché lo suficiente,
que los dejé en la estacada.
Tienen los rostros cerrados.
Están en esa espera demorada
de las preguntas que no se contestan.
Todo en el aire, como ese trapecista
que no sabe si se va a encontrar
una mano que lo recoja
o una ausencia infinita.
Oración LI
Qué hacer, Señor, cuando el mal entra
en el jardín de nuestra vida y lo enmaraña
de resentimiento y amargura?
Señor,
¿Cómo podemos evitar el daño del mal
cuando el mal ya está hecho?
Hace días que nos dieron la noticia
de que la peste de la pederastia
entró en nuestra comunidad.
No hay nada más sagrado que la infancia.
Tan sagrada como tú, Señor,
que eres nuestra infancia redimida.
¿Quién le devolverá la inocencia
al niño mancillado?
¿Cómo volverá la paz a las mentes
de su familia, que somos todos?
Señor, tú enseñas el perdón;
a nosotros nos impulsa la venganza.
Por eso tú eres Dios
y nosotros simples mortales.
¿Cómo volver al jardín ordenado
después de la catástrofe?
No hay retroceso en la flecha
del tiempo que nos lleva,
pero sí hay vuelta atrás
en el recuerdo de la memoria.
¿qué hacer? ¿cómo reparamos el daño?
Nosotros necesitamos sanación, Señor,
restaurar el camino hacia nosotros mismos,
volver al jardín ordenado por la mirada y la palabra,
rescatar el tiempo de la ilusión que nos impulsa,
permanecer siempre en los inicios.
El malvado no nos importa, Señor.
Caigan sobre él, todos los desprecios,
todas las maldiciones, todas las iras del mundo;
que le sea devuelto y duplicado
todo el daño que hizo,
o todos los perdones, si tú quieres Señor.
No nos importa su destino.
Importan nuestros hijos, importa nuestra infancia,
importamos nosotros.
Entremos nosotros, pues, en el tiempo de la sanación.
Dejemos la maldad en manos de la justicia.
Oración L
A veces me digo:
“Deja a Dios en paz, gilipollas,
céntrate en lo que debes de centrarte,
¿Con cuántas personas te llevas mal?
No implores a Dios y aprende a llevarte bien;
¿Cuántas personas no te soportan?
No pidas ayuda a Dios y aprende
a dar más de lo que dabas,
a sonreír a la adversidad,
a silbar sin resentimiento en la arboleda,
a buscar la paz de las cerezas dodecafónicas,
a pasear por los prados celestiales,
a dar de comer a los seres
inferiores a la semilla,
a sacrificar al cierzo su dominio frío,
a cantar el rapto sonoro del aljibe,
a buscar la paz, ¿ya lo he dicho?
A buscar la paz boliviana de la menta.
Oración XLIX
Ayer, Señor, presenté mi libro de poemas
“Las Canciones del Timonel” y no estabas tú.
Como aquella canción de Víctor Jara:
“Vi gente correr y no estabas tú”
La ausencia es un tema especular,
es la imagen reflejada de la presencia.
A veces se notan más los que no están
que los que están, aunque los que están
sean la bendición de la tierra, la sal de la vida.
Un libro de canciones que,
si solo fuera mío, no valdría la pena.
Huyamos de la gente que dice:
“Qué hay de lo mío”
Las canciones nunca son de nadie.
El canto es la memoria del pueblo.
Permite, Señor, que mis canciones
sean eso o no sean.
Oración XLVIII
No entiendo nada, Señor,
nada entiendo, Señor, de la vida,
su variedad insondable, su impensable complejidad.
Nudos que se encuentran con nudos
y quedan enredados en nudos superiores
imposibles de desenmarañar;
lo que se estructura, por un lado,
se desencaja por el otro,
de forma que, el edificio de la vida,
está siempre en un equilibrio precario.
La perfección, si existe,
no está en nosotros.
De ahí, nuestro afán de conocerte,
nuestro deseo de encontrarte,
nuestro impulso de ir más allá
de nuestra ignorancia congénita de ti, que es un nosotros.
Oración XLVII
Infúndenos valor
para asumir nuestra mediocridad,
Señor,
Siempre queremos ser
más de lo que somos,
ser elevados como las altas cumbres,
nubes que bogan por el cielo
dejando sombras tendidas por la tierra,
veleros que surcan los mares de la aventura
sin manchar de sangre los asentamientos.
He aquí nuestro perfil:
Hechos a tu imagen y semejanza.
Por eso no entendemos
las zarzas de mediocridad que nos atrapan
a esta vida vulgar, gritona, simiesca y futbolera.
¿Es esa tu imagen,
puesto que nosotros estamos hechos a tu semejanza?
Oración XLVI
Señor, devuélvele la dignidad al rey,
o instáurala en nosotros que lo padecemos.
Es del todo inadmisible comprobar el abismo
que existe entre las palabras y los hechos.
Si no son dignos de sus palabras
seamos nosotros dignos de nuestros hechos
y acabemos con su reinado de mentira y corrupción.
Sirva esta imploración, también, para los políticos
que proponen una cosa y hacen otra,
para los sacerdotes de tu iglesia
que predican el bien y hacen el mal,
para los policías, médicos y otros servidores públicos
que juran proteger y matan,
para los cocineros que insisten en alimentar y envenenan,
para todos cuantos dicen una cosa y hacen la contraria
con un claro afán de sacar provecho,
de ser victimarios que se aprovechan de las víctimas.
Sea para ellos, Señor, el mismo castigo que para el Rey
que se aprovecha y abusa del pueblo que lo alimenta.
Todo un mundo de ventajas y un solo inconveniente:
si no cumplía su palabra,
el pueblo tenía derecho a decapitarlo.
Antes eran realidades, ahora son metáforas.
Oración XLV
Si Dios es la más grande, elevada y sublime
invención del hombre, ¿por qué
no suscita unanimidad entre todos los seres
del planeta?
¿De dónde salen estos incrédulos?
¿Estos irredentos negacionistas?
¿Estos faunos famélicos que no se preguntan nunca
por la realidad primera, esencial?
En un principio era la ignorancia,
después vino la revelación, el desvelo,
las averiguaciones, el primer
sustrato del conocimiento, bajo cuyo árbol
estamos sentados como nómadas
decidiendo si hemos de ir
al Desastre De Todas las Probabilidades o a Marte.
¿No es evidente que hemos de amarte?
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