ndando por el bosque sin fin ni mandamiento me encuentro con la sombra que vive en el silencio apariencias sutiles deslumbres de misterio saltos que de las aguas hacen sus pensamientos líquidos y fugaces rumor de palimpsestos palabras que se oyen escrituras del viento rubores, certidumbres, luz del conocimiento naturaleza viva cantando en cautiverio. El círculo cerrado que vuelve con los ecos retorna a mi memoria el ciclo de los buenos propósitos del alma que clama por los muertos y recibe, inesperado, su asombro tan discreto, sutil por las ausencias, gentil por lo sincero, que todo precedente es presente en su celo, en su santo susurro, en su verdad sin miedo, en su dolor callado, en su cristal de sueño. Son las siempre íntimas materias del acierto, golondrinas que orientan las rutas del reflejo -confusión, laberinto- de la invisible y prístina presencia de lo inquieto, lo que apenas se dice, el torpe balbuceo de un mar de claridades viviendo en tu cerebro. Son los signos que nacen de los pulsos del tiempo, los fantasmas reales que limpian los deseos para ser infinitos, para ser sin infiernos libres de las mentiras que propagan los vientos malignos de los hombres esclavos de sus egos.
ndando por el bosque
sin fin ni mandamiento
me encuentro con la sombra
que vive en el silencio
apariencias sutiles
deslumbres de misterio
saltos que de las aguas
hacen sus pensamientos
líquidos y fugaces
rumor de palimpsestos
palabras que se oyen
escrituras del viento
rubores, certidumbres,
luz del conocimiento
naturaleza viva
cantando en cautiverio.
El círculo cerrado
que vuelve con los ecos
retorna a mi memoria
el ciclo de los buenos
propósitos del alma
que clama por los muertos
y recibe, inesperado,
su asombro tan discreto,
sutil por las ausencias,
gentil por lo sincero,
que todo precedente
es presente en su celo,
en su santo susurro,
en su verdad sin miedo,
en su dolor callado,
en su cristal de sueño.
Son las siempre íntimas
materias del acierto,
golondrinas que orientan
las rutas del reflejo
-confusión, laberinto-
de la invisible y prístina
presencia de lo inquieto,
lo que apenas se dice,
el torpe balbuceo
de un mar de claridades
viviendo en tu cerebro.
Son los signos que nacen
de los pulsos del tiempo,
los fantasmas reales
que limpian los deseos
para ser infinitos,
para ser sin infiernos
libres de las mentiras
que propagan los vientos
malignos de los hombres
esclavos de sus egos.