l mercurio que me sube Con el ansia de su centro El mar que se desafuera De sus faltas y sus fueros Para alzarse por escalas Que me elevan a sus pechos Esos corzos desatados Que brincan como corderos Retozantes y felices Por los prados del deseo. El dibujo de la arena Circunscribe el gran suceso De un meteorito que baja Velocísimo en su fuego Como mastines feroces Llorando por su consuelo En los límites del mal Y los márgenes del cielo Que la pasión del amor Se desintegra en los cuerpos Celestiales en las fraguas Que incendian el universo. Quien podrá decir jamás Inocentes y perversos, Llevados por las corrientes Que no detienen los muertos, Ni los gallos que delatan, Ni las huestes del desierto, Ni las damas represoras, Ni los tanques del ejército, Pues no quieren, no obedecen, Convenios y juramentos Si no son los suyos propios, Que la furia del deseo Es atávica y tan fresca, Tan indómita y sin freno Que arrasaría con toda Presa, orden, impedimento Que quisiera represarlo Que quisiera reprenderlo Que no hay alcance más alto Que no te lleve más lejos Que el vuelo del corazón, Que el caballo del deseo.