Romance de las monjas cerveceras

 aseando por las calles
de un  barrio de la ciudad
me fui perdiendo en la tarde
sin saber por donde andar.

A la vuelta de la esquina
me llevé la gran sorpresa,
las monjitas del convento
tomándose unas cervezas.

Cuando estaban calentitas
se pusieron a cantar
“arriba con los pecados
que vamos a confesar”.

“Si nada humano es ajeno
para las hijas de dios,
probemos con otros vicios
probemos la perdición.

Sepamos lo que es el mundo,
las gentes, los feligreses,
las mujeres de la vida
y los morlacos candentes,

los ladrones, los perversos,
los grandes corruptores,
los que se afanan un duro,
los que se roban millones.

Los que regalan su sombra.
los que reparten sus dones,
los pobres mas desgraciados
que no quitan, siempre ponen.

Igualitos que nosotras
que vivimos desprendidas,
siervas de los sentimientos
que no toleran la vida.

Pongamos echar un clavo,
digamos una blasfemia,
será la mejor manera
de conocer las sentencias

que condenan a los hombres
a ser esencias absurdas
y a sus absurdos destinos
que no se terminan nunca”.

El grupito de las monjas
ya se iban arremangando,
entrando en el desvarío
de los delirios borrachos.

Cantando, ranas obscenas, 
letrillas de desparpajo,
por escapar del bochorno
me fui largando despacio.

Que está bien la libertad
que busca sus soluciones,
y el fervor que mani-fiesta
las represiones del orden.

¡Vivan las monjas alegres
y los obispos pendones
que la vida son dos días
no nos toquen los cojones!


P.D. Dedicado al ex-obispo de Solsona
         humano, demasiado humano.

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