aseando por las calles de un barrio de la ciudad me fui perdiendo en la tarde sin saber por donde andar. A la vuelta de la esquina me llevé la gran sorpresa, las monjitas del convento tomándose unas cervezas. Cuando estaban calentitas se pusieron a cantar “arriba con los pecados que vamos a confesar”. “Si nada humano es ajeno para las hijas de dios, probemos con otros vicios probemos la perdición. Sepamos lo que es el mundo, las gentes, los feligreses, las mujeres de la vida y los morlacos candentes, los ladrones, los perversos, los grandes corruptores, los que se afanan un duro, los que se roban millones. Los que regalan su sombra. los que reparten sus dones, los pobres mas desgraciados que no quitan, siempre ponen. Igualitos que nosotras que vivimos desprendidas, siervas de los sentimientos que no toleran la vida. Pongamos echar un clavo, digamos una blasfemia, será la mejor manera de conocer las sentencias que condenan a los hombres a ser esencias absurdas y a sus absurdos destinos que no se terminan nunca”. El grupito de las monjas ya se iban arremangando, entrando en el desvarío de los delirios borrachos. Cantando, ranas obscenas, letrillas de desparpajo, por escapar del bochorno me fui largando despacio. Que está bien la libertad que busca sus soluciones, y el fervor que mani-fiesta las represiones del orden. ¡Vivan las monjas alegres y los obispos pendones que la vida son dos días no nos toquen los cojones! P.D. Dedicado al ex-obispo de Solsona humano, demasiado humano.