d y azotad a ese prójimo. Redimidlo de su lúbrica propensión al criminal sometimiento del débil, dejadle la piel en llamas, que sienta el dolor ardiendo en su tórrida consciencia de abusador inclemente; que se queme enaltecido por látigos sin fatiga; que sienta, multiplicado, el dolor que, despectivo, infringe por voluntad de capricho lujurioso, de sadismo decadente, de gratuito privilegio, de esclavitud lucrativa. La soberbia que descansa en espalda ajena busca su merecido en la piel propia. Id, pues, y azotad a ese dueño concentrado de poderes y dineros, de desprecios y maldades, de hartazgos heredados que hacen del desposeído una víctima del cielo. ¡Ay romanos, que no nos acabasteis de enseñar la dignidad tan nombrada, tan depravados vosotros por el exceso adiposo de la molicie indecente, como los dueños de ahora, aduladores del oro, adoradores del sátrapa, reverentes del corrupto, lameculos hacia arriba, despóticos hacia abajo, desgraciados irredentos, vengativos absolutos. La vara que sirve para medir la humillación sucia del pobre, nos sirva para recalentar el pellejo del rico; que las espinas que hicieron sangrar al hijo de la indómita pobreza se incardinen en la sien de los que se benefician del pan hurtado a los perros; que no se pueda decir que el hombre que facilita la aberración del poder dispondrá de casa y coche, seguridad y solarium, despensa para su gula, ocios y fornicios dóciles y rencorosos para usos cínicos y desatentos. Estoy hasta más arriba de esa vileza que premia al ruin en su sino, al mísero e indecente latiguero. Lejos de mi sus vestigios de moralidad, de pulcra decrepitud, sus maneras de ojeador en penumbra, su lento acecho en la noche de vampiro voraz, lúgubre chupador de dangre ajena. Con esa desfachatez de predicar a los otros lo que jamás cumple el mismo. No quiero ni que me roce, escondido y aparente de fórmulas y domingos, infecto depredador de personas humilladas, de mujeres sometidas, de cuerpos y almas sumisas a su delirante sueño de soberana grandeza. Que se pudra bajo el látigo de la justicia espontánea del hijo de los mil frentes que vino a limpiar el templo de opresores que inoculan ese veneno violento en el mundo cotidiano: la perversión de los sádicos, el dolor loco y gratuito, el dolor innecesario.