Los grandes ideólogos tienen pocas ideas. No las necesitan. Han empaquetado las cuatro que les sirven para sustentar su comprensión de la realidad y con eso, tienen suficiente para manejarse en debates y tertulias intelectuales, para revoluciones de papel y cambios sociales que les pillan sentados a la mesa del dinero. Es más, los intelectuales son ellos, los que tienen ideología. Los demás son intrusos, residuos de la ignorancia o la superchería, del misticismo o la novelería. Francotiradores del resentimiento y la anarquía o la extravagancia o la ridiculez de los inanes sin títulos que los avalen. Ellos aplican su plantilla correctora y todo eso que queda fuera de su ángulo de vista, es marginal o solo existe como espejismo y error y les ponen un suspenso en la asignatura de la realidad. Para acomodar la realidad a su plantilla no dudarán en crear gulags y campos de exterminio. -Pobres conejos que se les escapan por los márgenes de su bondad reformadora-. Estos grandes asesinos tienen el seguidismo de unos grandes servidores de la ideología. Lacayos, también ellos, cómplices asesinos.