El ángel exterminador En el espejo veo el reflejo de un hombre inocente. Lo sé yo y la víctima, los dos presentes en el momento de su defunción. Cuando llegó la policía yo estaba con la navaja en la mano, aturdido por lo que presencié, aunque yo no cometí el crimen. Ella era mi esposa, cierto, y estuvimos discutiendo en medio del parque. Ella me quería dejar y no me daba las explicaciones que yo le estaba pidiendo. Su silencio era hiriente, agónico, sus evasivas eran exasperantes, estaba con los nervios alterados, seguro que gritaba como un loco. Saqué la navaja para amenazarla, pero, lo juro, yo no podía matarla, la amaba demasiado. Solo tenía que decirme el por qué, pero ella seguía callando. Su silencio me enloquecía y me enojaba hasta el extremo… …y en eso pasó un tipo con el rostro tapado, enérgico como un relámpago. Me cogió la navaja y le rebañó el cuello a mi esposa. Allí, delante de mí. Quedé estupefacto, aterrorizado, mudo. Me devolvió el arma al tiempo que me decía: “Esto se hace así, marica, llorón de mierda, que no tienes cojones para hacer lo que tienes que hacer, mamarracho, asqueroso…” Un fulgurante ángel exterminador que se fue tan raudo como llegó, sin darme cuenta. Esa es la verdad aunque parezca increíble. Esa es la verdad aunque nadie me crea.