El dinero no es incompatible con nada. No es incompatible con los ideales, ni con los lugares de incienso y meditación, ni con la vida monacal o conventual, ni con la vida altruista, ni la vida comunista, ni con la vida civil, ni la vida militar, comunitaria, libertaria u hospitalaria. El dinero no es incompatible con nada. Ni con el rapto de los ostrogodos, ni el chantaje de los nacionalistas albanos o albigenses, ni el dogmatismo de la Torre de Londres, ni la educación para el reparto de petróleo por alimentos, ni con la nueva poesía vasca o el desafío de la astucia parlamentaria. El dinero no es incompatible con nada, ni siquiera con la pobreza. No hay pobre que no quiera tener veinte euros en su bolsillo para gastarlo o malgastarlo, que es lo mismo.