EPIGRAMA 22 La basílica de elevados techos de pulcros suelos pulidos envolviendo un amplio espacio vacío, de sublime belleza, de una amplitud digna de un Dios en el que los demonios de la digestión, desvergonzados, le incitaron a tirarse un pedo sonoro, libre de ataduras morales incontrolable en su salvaje decisión, resonante en la magnífica acústica católica. Quiso mantenerse en la asunción digna de lo inadecuado, pero su mujer no pudo. La vulgaridad en el ámbito de lo sublime le hizo huir, turbada, por el oprobio y la vergüenza, de la mirada reprobatoria de los feligreses. Él salió detrás de ella, pero la perdió por toda la tarde romana. En la intimidad hubiera sido motivo de risa; en público, una ventosidad atronadora, puede destruir un matrimonio.