Oración XLIV Aliado de la muerte, Señor Dios, que no se la perdonaste ni a tu hijo, que ni siquiera le privaste de la agonía, que lo hirieron con una sañuda lanza en el costado, ¿qué te hubiera costado salvarle de la muerte? ¿No quisiste, o te lavaste las manos, o fuiste cómplice? ¿No podías, o no lo intentaste o eres servidor de un dios que está por encima de ti? Ni tú ni nadie puede evitarla. ¿Esa parece ser la gran enseñanza de la humanidad, la senda inevitable, el dios invencible? Canetti la negó. Yo no pienso darle ni un duro.