Honor para el hombre solitario que ejerce su oficio de silencio, que mantiene el rumbo enajenado, las urdimbres de un ajedrez ciego, arduas jarcias del empuje bruto que cifran la batida del viento y lo domeñan hacia la calma, sin que nadie entre en el ajetreo de su disidencia, de su ardicia, que busca bajo la tierra lentos tesoros de fulgores nocturnos que alumbren una lengua de fuego.