Honor para el hombre que diluye el turbión ciego que lo domina y entra en los mares con pies desnudos oreado por palmas y brisas al ritmo de pífanos anónimos que atrapan el sándalo y lo libran en un arcangélico desastre del que sale lúcido y preciso, deslumbrado por las descuidadas virtudes que nacen del olvido. Siempre yendo adelante por nuevo sin saber las vueltas del camino. Adelante siempre y sin volverse a ver la estatua de su destino.