Ramón Oteo, que nos leía a Francisco Umbral, ponderando sus virtudes de columnista magistral y nos ensalzaba a Juan Marsé, su calidad de página insuperable. Nos acordamos de Francisco Umbral, un carro por el pedregal cuando hablaba, una canoa fluyendo por el Hudson cuando escribía. Nos acordamos de Juan Marsé, un maestro socarrón cuando hablaba de Umbral, un cantero minucioso cuando tallaba el relieve diamantino de su novela.