El mundo está lleno de gente peligrosa. Están los evidentes: delincuentes, asesinos, criminales, narcos, gentes del hampa etc… y sus correlatos de las fuerzas que los combaten. Los hueles y te vas. Agentes del orden y agentes del desorden. Personas armadas, con y sin permiso. Después están los que no son evidentes. Esos malignos disfrazados de los que el personal se exclama: ¡Si parecían tan buena gente, yo no me lo hubiera pensado nunca! Vecinos que viven cerca, con los que te cruzas en el bar, como esos idiotas moralistas que te enredan con sus bondades de palurdos, ancianitas con recortadas por miedo a ser violadas, serviciales mantenedores del gas que hacen la limpieza de las joyas familiares, lobos salidos, enfermos imaginarios, cocineros de cochambre que nos matan y aún así, les damos las gracias, vecinos que violan a sus hijas y son de tu equipo, turbios adolescentes a los que se les cruzan los cables, colgados paranoicos que te miran mal, tarados a los que se les rompe una vena, violadores solícitos como románticos antiguos, imbéciles que mandan, mandilones voluntarios, niños con patinete, perros sueltos, corazones automáticos, piratas de improviso, ratas sin cloaca, libres por las calles. Una caterva innumerable que da miedo, solo pensarlo. Los delincuentes se disfrazan porque saben que la apariencia de bondad es más afectiva que la bondad verdadera. Monjas terroristas, asaltantes de bancos, curas pederastas, reyes ladrones, médicos violadores, sastres que sisan, revolucionarios que matan a sus corre-legionarios, asesinos que se presentan como libertadores, hijos de dios que son como demonios desatados… en fin… que hay que tener cuidado, y como decía Gonzalo Suárez, un genio verdadero, si quieres ser un buen director, ponte la mascarilla.