Hay gente que abraza árboles,
hay gente que sólo come vegetales,
hay gentes que caminan descalzos
y van en bolas,
hay gente que tratan a sus perros
como a sus hijos,
hay gente que no ha pegado un palo al agua
en toda su vida,
hay gente que se empeña
en escribir poesía,
hay gente que quiere protagonizar
una película pornográfica,
hay gente que cree en un ser invisible,
hay gente que habla con sus muertos,
hay gente que hace kilómetros
para comerse un chuletón de kilo y medio,
hay gente que es fanática del Osasuna,
hay gente que se tira por el balcón,
hay gente que sólo piensa en bailar o comer
o leer, o follar o en jugar al ajedrez,
hay gente que sueña el sueño de sus amos,
hay gente a la que no le gusta la gente
y, al contrario,
gente que no sabe vivir sin la gente…
y alguna vez, en algún momento de mi vida,
me he encontrado con ellos y les he puesto
buena cara.
Le entregas al mar una aventura incierta
y te devuelve una espuma
de cadáveres ilustrados.
La niña que jugaba con la arena de la playa
pensaba que su padre tumbado dormía
y dormía y dormía y dormía…
¿Qué picotean las palomas a la orilla del mar,
qué grano ven entre los granos de la arena?
La joven que corría con su husky por la playa
vio que su perro la adelantaba
y se perdía en lontananza.
El husky ni se giró, ni volvió,
por mucho que su dueña
lo llamara a grito pelado.
El viento que encrespa las olas,
encrespa el pelo de la mujer
y las palabras del hombre que discute a su lado.
Se acabó el verano. Lo indican las mesas vacías
del chiringuito, las maderas inclinadas,
las cuerdas de los rincones, las redes rotas,
los gorriones bebiendo en las piscinas,
el hotel entrando en el vacío fantasmal
del repliegue y la ausencia.
El sol que dora la arena,
dora el alma de quien la contempla.
Un lánguido desliz de tu reflejo
en el rostro desnudo del espejo.
Un matiz de color y somnolencia
en la callada sombra de tu esencia.
Verte y no verte en la limpia mañana
asomando tu cuerpo a la ventana.
No saber si fue cierta o fantasía
la imagen que auguró tu epifanía.
Nada que hacer,
nada que decir,
si las corrientes decisivas
son más fuertes.
Uno debe asumir
su limitado poder
y aceptar -evitando el dolor-
la verdad que se impone
sin caer en las trampas
de la amargura, del resentimiento.
Cuando el alma obedece
a su dios, único y solo,
la corriente te deja
a los pies del sosiego
y la vida se renueva, como la vid
en primavera.
Conducíamos, siempre arriba,
envueltos en niebla.
No nos dimos cuenta de que el asfalto
se había acabado y ya estábamos
circulando por una pista de tierra
bien arreglada. Envueltos de niebla
en la cima redondeada de un monte.
Nosotros, en medio de esa húmeda invisibilidad,
deambulamos como dóciles vobinos
pastando en las alturas,
en medio de la niebla.
Oímos las esquilas del ganado
y quedamos sorprendidos
de ver los percherones
gigantes y apacibles
a un metro de nuestras narices
a un metro de sorprendido espanto,
a un espanto asombrado por la fuerza
que respira a nuestro lado sin hacernos daño.
Apacibles caballos en medio de la niebla,
ellos sabían por qué estaban allí,
nosotros, tal vez no, pero al verlos
como una aparición majestuosa,
tal vez sí.
Es tanto el sufrimiento
que ha sobrellevado la humanidad
hasta este presente infecto,
que me parece deleznable
añadir ni una gota más de dolor
al dolor del mundo.
Desde la desnudez de la prehistoria
pasando por todas las enfermedades,
hambrunas, guerras, esclavitudes,
masacres, invasiones bárbaras y asesinas,
gulags, campos de concentración,
aniquilaciones, exterminios, holocaustos,
conquistadores, pandemias, pestes, desastres
naturales y provocados,
nazis, jémeres, hutus, tutsis y todos
los psicópatas que contribuyen
a derramar la sangre
de los hombres sobre la tierra
en una relación de continuidad
que no parece tener fin.
La Tierra y no Marte es el verdadero
Planeta Rojo.
Ahora reposa y piensa
en lo que enseñaba Epicuro,
evita el dolor
y añade placer, al placer de vivir.
El paisaje es un estado de alarma…perdón, del alma.
Subió a un caballo helado…perdón, alado.
Aquella mujer no tenía su cabello…perdón, teñía.
Al pan, pan y albino, vino…perdón, vino,
vino, vino de beber.
El argentino trabajaba de relaciones
púbicas…perdón, públicas.
Después de la carrera de caballos,
los mozos de escuadra…perdón, de cuadras.
Que disfrutéis de un buen coño…perdón, otoño.
Los carceleros sierran las puertas…perdón, cierran.
El obispo desfilaba bajo el palo…perdón, palio.
Un día te cantaré
las verdades del banquero…perdón, del barquero.
Cada cual tiene sus raciones…perdón, razones.
Todo estaba prefecto…perdón, perfecto.
Tenía un cuerpo sangrado…perdón, sagrado.
No quiero más conejo…perdón, consejo.
Salió de aquel asunto
muy agraciado…perdón, agraviado.
Buscaba la facilidad…perdón, la fatalidad…
perdón, perdón, la felicidad.
Ya veo que estás enferma…perdón, en forma.
Ya van saliendo al campo los juzgadores…perdón, los jugadores.
Cuando uno llega a interiorizar
aquella máxima de Romain Roland
de que “la verdad es siempre revolucionaria”
y entiende que el poema es un campo
en el que solo se cultiva la verdad,
entonces, todos los discursos
politiqueros o economicistas
no son más que fantochadas para fantoches,
trapos ridículos vendidos como banderas,
hierbas venenosas para caballos enfermos,
todos los discursos procesales o normativos,
moralizantes u ordenancistas
no son más que mugre mental y paranoide,
pienso malogrado de granos indigestos,
pan adulterado, fuego sin sustento,
todos los discursos, enredos y disenterías,
solo pretenden ganar tiempo y dinero
a costa de todos los incrédulos y cobardes
que se los tragan, por ignorancia o interés,
los que se oyen a sí mismos y se hallan competentes,
y se observan en los espejos
practicando sus discursos,
practicando su dicción, su compostura,
su parvedad escondida, su inteligencia lustrada
por el cepillo de la esposa que lo apoya…
a grandes mentiras, mayores desacatos.
No me interesan los pobres,
sus emociones, ventanas cerradas,
sus ideas, rodaduras en el barro,
sus hábitos, lentitudes de skay,
sus imágenes, heredades de orín.
No me interesan los ricos,
sus pretensiones de azúcar glasé,
sus valores de metopas antiguas,
sus parientes, galería de moscas,
sus posesiones, rimados de palacio.
No me interesan ni los pobres desclasados
ni los ricos elegidos,
ni la perorata lamentable de los unos,
ni el bastardeo subido de los otros,
ni los crespones dorados,
ni los plásticos aparentes,
ni la virtud sucia de las colmenas,
ni el espacio recamado de recuerdos.
No me interesan las reiteradas razones
que se retroalimentan y se enzarzan
y persisten y continúan y regurgitan de nuevo
la pobreza y la riqueza como un círculo
que inventaron los dioses y los demonios
jugando a las chabolas
y a los chalets con los humanos,
a los pies desnudos y a los zapatos,
a las guaguas y a los descapotables,
a las abulias y a los aburrimientos.
Seguro que hay manzanas para todos.
Por favor, sirvan manzanas para todos.
Manzanas sanas. Sin gusanos para todos.
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