Nada que hacer, nada que decir, si las corrientes decisivas son más fuertes. Uno debe asumir su limitado poder y aceptar -evitando el dolor- la verdad que se impone sin caer en las trampas de la amargura, del resentimiento. Cuando el alma obedece a su dios, único y solo, la corriente te deja a los pies del sosiego y la vida se renueva, como la vid en primavera.