Nunca se aprende a vivir. Uno se muere antes. No se aprende a vivir como se aprende enología o matemáticas, lecciones que se repiten en una cátedra. Algo que se recita y se vuelve a enseñar. Vivir es una asignatura pendiente siempre. Vivir es, permanentemente, la prueba de un instinto, un zafarse de la muerte, un aprender a morir. Y nunca se aprende lo suficiente, tantos sitios, tantos intentos, tanto lo improbable, tanta la paradoja, tanto lo inestable del sustento, tanto el azar, tanto lo indeterminado del frío, del calor, del afecto. Los otros orientan. Los maestros orientan. La experiencia, las circunstancias, la climatología, la herencia, orientan. La dirección la eliges tú y las piedras.