ORACIÓN LXIV El mal en el mundo tiene una explicación para los católicos: el libre albedrío. Consideran a Dios, puro y bondadoso. Es el hombre, en su libertad, quien comete el mal. Me pregunto: ¿Puede alguien separar la cruz y la cara de una moneda y seguir diciendo que es una moneda de curso legal que sirve para comprar el pan y el vino de una mesa dispuesta para santificar la vida? Decir que esa moneda tiene una cara buena y una cara mala, es una manera de decir que sólo los sofistas mantienen con el andamiaje de sus palabras serviles. Dios no es la cara buena de la moneda. No existe una cara buena y una cara mala. Las dos caras hacen una moneda inseparable. Dios ocupa los dominios de nuestra ignorancia, es el universo de lo que no sabemos y está en la ecuación del bien y del mal. Una ecuación única en que los factores son la vida y la muerte. Inseparables. Como la moneda. De aquí mi oración: respeto por lo que no sabemos más grande e importante que lo que sabemos: “Dios me lo ha dado, Dios me lo ha quitado, Bendito sea el nombre del Señor”