Oración XLVI Señor, devuélvele la dignidad al rey, o instáurala en nosotros que lo padecemos. Es del todo inadmisible comprobar el abismo que existe entre las palabras y los hechos. Si no son dignos de sus palabras seamos nosotros dignos de nuestros hechos y acabemos con su reinado de mentira y corrupción. Sirva esta imploración, también, para los políticos que proponen una cosa y hacen otra, para los sacerdotes de tu iglesia que predican el bien y hacen el mal, para los policías, médicos y otros servidores públicos que juran proteger y matan, para los cocineros que insisten en alimentar y envenenan, para todos cuantos dicen una cosa y hacen la contraria con un claro afán de sacar provecho, de ser victimarios que se aprovechan de las víctimas. Sea para ellos, Señor, el mismo castigo que para el Rey que se aprovecha y abusa del pueblo que lo alimenta. Todo un mundo de ventajas y un solo inconveniente: si no cumplía su palabra, el pueblo tenía derecho a decapitarlo. Antes eran realidades, ahora son metáforas.