LA ISLA
El viaje nos llevó
hasta las puertas
de un destino incierto.
El paisaje era adusto y despejado.
Un desierto
de arbustos espinosos, defensivos,
que cubrían de verde
toda la extensión de la mirada,
hasta los perfiles
de los volcanes rojizos
en lontananza.
Las casas de la costa
veían el mar batirse
contra los peldaños
y perder su reyerta,
como si el mar
quisiera visitarnos
entrando por la puerta de atrás,
impetuoso y cerril
como un cortejo de sicarios.
La gente no se espantaba
del temporal.
Estaban acostumbrados
a una naturaleza sin compasión.
La compasión la ponían los nativos de la isla.
Hombres y mujeres
reconstruyendo las casas
después del desastre.