LA ISLA El viaje nos llevó hasta las puertas de un destino incierto. El paisaje era adusto y despejado. Un desierto de arbustos espinosos, defensivos, que cubrían de verde toda la extensión de la mirada, hasta los perfiles de los volcanes rojizos en lontananza. Las casas de la costa veían el mar batirse contra los peldaños y perder su reyerta, como si el mar quisiera visitarnos entrando por la puerta de atrás, impetuoso y cerril como un cortejo de sicarios. La gente no se espantaba del temporal. Estaban acostumbrados a una naturaleza sin compasión. La compasión la ponían los nativos de la isla. Hombres y mujeres reconstruyendo las casas después del desastre.