ORACIÓN XXIII Dios, deja que corra, corra, corra, corra, y me aleje deprisa, deprisa, deprisa, deprisa y me vaya lejos, lejos, muy lejos donde los dardos de la mala suerte que me lanza el destino no me alcancen ni me alcancen sus buenas intenciones ni su amor apasionado ni tanta bondad insoportable y pueda cruzar la esquina de una calle cualquiera y aparezca a salvo en tu casa, que es la mía.