Salgo a la calle y me tropiezo con mi sombra, elástica y flexible subiéndose por el muro, deslizándose sobre todos los obstáculos, descarnada o descarada, qué importa, una sombra que vive fuera, una sombra que necesita del sol. Tengo otra sombra que me sombrea por dentro, se viste con los trapos de mi alma, tiene su dominio, su independencia, me manda, aunque no lo parezca, es dueña y señora de la oscuridad, penetrante y afilada y sibilina a la hora de dejar sus recados. Esta ama de llaves, con sus pasos lentos, inaudibles, gobierna la casa y decide si soy empático o borde. Basta con que me guste una chica para que me confunda y trabe mis palabras y quede como un torpe y retrasado ratón. En otras ocasiones propicia que me muestre lírico y quede como un gilipollas en medio del taller mecánico. Tengo que hablar en serio con esa sombra. He pensado dejar que haga lo que quiera con tal de que me permita ser feliz.