He comido una piedra para cenar, una piedra terrosa con sabor a hartazgo y muerte, esa muerte que embute la boca como si comieras una piedra de arena, una piedra que rebosa hacia la garganta. Hay noticias que no deberían darse antes de la cena, que no deberían darse nunca y menos antes de una cena. Se te llena la boca de cemento en polvo y ya no comes y te quedas toda la noche como un perro en pena, añorando la vida arrebatada, hundidos todos los barcos, cerrados todos los horizontes. (Para C. que fue delicadeza y encanto)