Los dos cipreses, vigilantes hieráticos a la puerta del cementerio, saben quienes entran detrás del féretro. Los conocen por el aura, los distinguen por los gestos, los delatan las muecas o las veladas sonrisas, el brillo de los ojos o el color de las lágrimas. Precisan y separan entre los que van con dolencias o condolencias, los que van con pena y los penosos, los que entran para cerciorarse y los que se despiden para siempre.