El primer homínido que cayó al agua y empezó a chapotear de miedo y a salpicar a los miembros asustados de la tribu y sintió que hacía pie, que tocaba tierra, y que el agua no era una oscura mano que lo atrapaba y lo llevaba a lo insondable, a lo ignoto, descubrió, como tantas veces por azar o inesperadamente, descubrió, digo, el placer del agua. Y el primero, tal vez el mismo, que sintió que flotaba y podía entrar en las aguas que lo cubrían y movió los brazos y las piernas y avanzó inventando la natación, nos proporcionó el más limpio placer compensatorio de las frustraciones de la vida. Placer que aún dura, que nos da una felicidad de esplendor y verano, tan hermoso como el mar o el amor.