ronto no te acordarás del nombre de tus amantes, poco a poco o de repente como un pájaro sin aire cayendo en las desoladas metáforas del descarte: polvo en el polvo, ceniza y olvido, alma de embates para los días sin suerte y sus destierros al margen; horas y horas vendidas al solitario calambre de no recordar ya nunca el nombre de tus amantes. Será la prueba eficiente de que siempre fuiste nadie, de que ganó la miseria la mano echada del naipe (ese albur de los destinos que arrastra sentencias graves), la partida que se juega en laberintos de albares, en las brumas del afecto, junto al deseo de un hambre que recompense tu vida de tan olvidar lo que amaste y deje que los desiertos se pueblen de soledades. Y esa desdicha que viene o ha de venir con un martes de tiempo que determine una visión entrañable de una vida distinguida como un pétalo que cae en el agua de una acequia que corre entre palmerales, crecida por las sonrisas en las huellas de la sangre heredada por las ansias de los ojos de mi madre, vida abierta a las alondras sin miedo a que les disparen. Esa vida ha de ser vida (nada será como el antes) sin instancias de la muerte sin sabores que te amarguen sin los miedos de las sombras sin las sombras aberrantes, sustentada por las vigas elevadas por el arte elegida o regalada por los dueños de las tardes que siembran las delicadas semillas para que salves el valor de la verdad la verdad de los desastres, leve de acontecimientos limpio, sereno, elegante roto en la luz y encontrado en el brillo de los árboles.
ronto no te acordarás
del nombre de tus amantes,
poco a poco o de repente
como un pájaro sin aire
cayendo en las desoladas
metáforas del descarte:
polvo en el polvo, ceniza
y olvido, alma de embates
para los días sin suerte
y sus destierros al margen;
horas y horas vendidas
al solitario calambre
de no recordar ya nunca
el nombre de tus amantes.
Será la prueba eficiente
de que siempre fuiste nadie,
de que ganó la miseria
la mano echada del naipe
(ese albur de los destinos
que arrastra sentencias graves),
la partida que se juega
en laberintos de albares,
en las brumas del afecto,
junto al deseo de un hambre
que recompense tu vida
de tan olvidar lo que amaste
y deje que los desiertos
se pueblen de soledades.
Y esa desdicha que viene
o ha de venir con un martes
de tiempo que determine
una visión entrañable
de una vida distinguida
como un pétalo que cae
en el agua de una acequia
que corre entre palmerales,
crecida por las sonrisas
en las huellas de la sangre
heredada por las ansias
de los ojos de mi madre,
vida abierta a las alondras
sin miedo a que les disparen.
Esa vida ha de ser vida
(nada será como el antes)
sin instancias de la muerte
sin sabores que te amarguen
sin los miedos de las sombras
sin las sombras aberrantes,
sustentada por las vigas
elevadas por el arte
elegida o regalada
por los dueños de las tardes
que siembran las delicadas
semillas para que salves
el valor de la verdad
la verdad de los desastres,
leve de acontecimientos
limpio, sereno, elegante
roto en la luz y encontrado
en el brillo de los árboles.